1 de agosto de 2016

Son solo tres veces las que ha tenido que ocultar la verdad: la desdicha de amar no conforta el alma. La primera vez fue así misma, en ese momento en que la revelación vino a ella (lo amas, lo necesitas y es indiscutible contigo misma, esta es tu verdad), un instante después otra revelación (no siento como si mucho hubiese cambiado...no siento que me llene y reconforte en su totalidad, es todo una ilusión un deseo eterno, de ser tan mortal como el resto). Al fin y al cabo amar es errar, errar en nuestra visión de nosotros mismos, amar es ser terrenal, querer lo que quieren los demás, que es poseer y limitar. Amar nunca es plenitud, al menos no conmigo, amar significa desdibujar todas las imágenes, armar un collage uniforme que represente la esencia del ser amado. Finalmente no sabemos cómo ni porqué llegamos a amar, mentimos, armamos nuestra propia ficción de esa persona que tanto deseamos tener con nosotros (de hecho creo que lo principal es mentirnos a nosotros mismos, luego a esa persona de que somos todo lo que necesita y luego a los demás que nuestro amor es autosuficiente en nosotros). Pero nada es lo que parece, menos desde la perspectiva de un enamorado que pretende suplir faltas, llenar silencios y vacíos con un ser terrenal. Tratamos de enmendarnos en la otra persona que muchas veces es insuficiente a nuestros deseos, en vano nos convencemos como si una sola persona nos pudiera dar el bienestar eterno que necesitamos. Siempre pensamos en que perdurará, que nada cambiará, pero esa es nuestra esencia principal: fluctuamos en deseos y apariencias, creemos que tenemos todo cuando en realidad nos falta mucho para alcanzar la plenitud propia para luego encontrar la plenitud en otra persona amada. Faltamos al deseo, nos traiciona el deseo.